jueves, 6 de agosto de 2009

El ángel de la casa verde - El Universal - México

Cobertura: Tragedia en Hermosillo
Cristina Pérez-Stadelmann
El Universal
Jueves 06 de agosto de 2009
politica@eluniversal.com.mx

HERMOSILLO, Son.— Su casa es verde. Se llama Ofelia. Después de la tragedia en la guardería ABC, en Hermosillo, Sonora, casi nadie la menciona a pesar de que fue ella quien recibió en la sala de su hogar a más de 50 niños y les brindó atención empíricamente aprendida.



Los formó uno a uno en el sillón de su sala. A otros, que ya no cabían, los acomodó en el suelo. Poco después, algunos padres enloquecidos llegaron en búsqueda de sus pequeños.

Para doña Ofelia es difícil olvidar los ojos de Julio César Márquez, el papá de “Ye-ye” —así le decía— uno de aquellos ángeles fallecidos. Y desde entonces, le cuesta dormir.



Faltaban minutos para las tres de la tarde, era 5 de junio, y sólo estaba menos de 50% del personal de la guardería. Las maestras restantes —20 aproximadamente— no alcanzaron a sacar a todos los niños.

“¡Llévelos a la casa verde!”, era el grito de las maestras de la estancia infantil y los vecinos mientras el fuego arrasaba las instalaciones donde fallecieron la mayor parte de los niños, todos menores de cuatro años. Otros perecieron horas, días, meses después en hospitales.

La casa verde está situada a una cuadra de la guardería incendiada; la zona es humilde y la calle es de terracería. Doña Ofelia comparte su vivienda con su hija y dos nietos.





Testigo mudo

Doña Ofelia como un testigo mudo, asistió al funeral de algunos de los niños que ella ya conocía. Es la abuela de un pequeño que logró salvarse, porque justo ese día ella tuvo el presentimiento de pasar por su nieto unos minutos antes de que el fuego acabara con todo en la estancia infantil de Hermosillo.

Durante el funeral, Abraham Fraijo no escogía un ataúd chico para su hija Emilia, sino uno grande porque quería que se llevara la guitarra que le regaló su abuela Concepción (Emilia le decía “La Maga”). Abraham también incluyó en el ataúd su gorra favorita y dejó que Emilia se saliera con la suya… “le puse junto a ella los chicles que le gustaban y que yo prefería que no mascara por cuidar sus dientes”, va diciendo mientras se hunde en una melancolía de la que dice no cree recuperarse.

La abuela de la menor Emilia reclama que le digan que la familia Fraijo está loca. Ella responde que sí que lo están, pero es una locura de dolor.



Las maestras se esconden, se niegan a contarnos la historia de lo que pasó ese día.

De pronto una de las maestras, Lucía, dice a lo lejos: “No queremos hablar porque la gente desvirtúa nuestras declaraciones. Hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance”.

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